Entonces, despacito como buscando un fruto recién nacido, se sentó a su lado y la convenció de que era la magia, se llamaba magia, parecía una diversa magia y actuaba como tal.
Le regaló el trono de un hechizo propio y pudo sentir que no necesitaba más que ese tipo de regalos y esos tipos de “gracias”.
Por un lado le recitó sus incontables viajes y recorridos donde el sol era lo único que marcaba un mapa de llegadas, llegadas y más llegadas.
Decidía impactar como un rayo al caer de un avión en medio de la gente.
Ella se dejó llenar de luz los ojos.
El sol les mostró abrazos dulces, claros.
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